Escrito por Engel Ariza
Un predicador, hablando una vez, expresó que Dios
podía ser conocido de diferentes maneras, y dijo: "Dios está en Su Universo, Dios
está en Su Palabra, Dios está en Su Hijo y Dios está en Su Pueblo".
Y es maravilloso alcanzar a ver a Dios en la naturaleza
misma; contemplar una gran resurrección en todas las cosas y poder comprender en una
íntima experiencia personal, que nada muere, que todo permanece
vivo y que ese inconocible y Divino Ser que hemos
llegado a conocer como Dios, la esencia de toda la creación, es el que hace fluir la vida
en todo el universo.
Nada muere en sí mismo, sino que todo pasa de un estado
a otro.
El sol, por ejemplo, cae sobre la tierra y su calor
tenue manifiesta la vida de un bebé. Luego, a la media mañana, es ya como un niño vivaz
que se deleita en su niñez sin llegar aún a conocerla. Y un poco después, a pleno
mediodía, se muestra como un adolescente lleno de energía y de coraje, mas por la tarde,
es como un hombre maduro que dejó atrás su vida vigorosa. Aunque el vigor va dentro de
él todo parece indicar que se acerca a un ocaso, un ocaso que no es muerte, sino
sencillamente, un esconderse para regresar a la mañana siguiente mostrando una gran y
universal resurrección de la luz sobre la tierra.
El proceso del agua en la naturaleza es algo demasiado
formidable.
El solo pensar que la tierra no ha perdido una gota de
agua en miles de años es realmente asombroso.
El ver cómo el salmón, después de salir de las
cristalinas aguas de los ríos y entrar en las profundas aguas del mar para desarrollar su
ciclo de vida, vuelve a esas mismas cristalinas aguas para ovalar y dar continuidad a la
vida y luego morir; lo grande de su muerte es la vida que sale de él bajo la guía de una
inteligencia superior que controla su instinto animal.
¿Y qué decir de las estaciones del año? ¿Qué de los
árboles? ¿Qué del gran colorido de sus hojas, de la caída de las mismas, de esos
troncos que quedan casi como muertos, casi sin esperanza de tener una hoja más sobre
ellos? Esa fuerza sobrenatural del Altísimo no los abandona. La vida escondida en esa
sabia baja a la raíz, y allí se queda esperando una gran resurrección, la cual le trae
hojas tiernas, capullos, flores y frutos.
Nada muere en sí mismo, sino que todo pasa de un estado
a otro.
Hay un gran atardecer en el hombre; como el sol, nace,
crece y luego llega a su ocaso; entra en lo desconocido, mas allá de lo visible, pero él
no muere, simplemente pierde su primavera, entra en un sórdido invierno, pero siendo una
creación de Dios, para bien o para mal, su gran atardecer lo llevará a una gran
resurrección. 7/2/98 10:00PM |